Corrían juntos todas sus aventuras juveniles, tanto en los campos como en el pueblo. Los dos trabajaban en la misma estancia y, para desgracia de todos, se enamoraron – sin confesárselo el uno al otro – de la hija del puestero, que era una hermosa muchacha a quien rondaban todos los mozos de los contornos.
Ella coqueteaba con todos, a ninguno daba esperanzas y, poco apoco, sólo los dos hermanos permanecieron fieles a su admiración y a su amor. La muchacha parecía enamorada de los dos por igual; no se decidía por uno, ni rechazaba a ninguno.
Hasta que una noche, el más decidido montó su caballo, la sacó de su casa y se la llevó, sin que nadie se diera cuenta. Cuando el enamorado burlado se dio cuenta, se volvió loco de celos; ensilló su caballo y salió al galope sin saber adonde se dirigiría. Una vieja que encontró en el camino le dijo haber visto a la pareja en dirección a la barra de Arroyo de Achar, en Río Negro.
Hacia el amanecer, los alcanzó cerca del Paso; llevaban el caballo al trote, como si no tuvieran prisa de llegar a su destino. Al reconocerlos, un grito de coraje salió de su pecho angustiado. Los dos hermanos, con un mismo movimiento, echaron pie a tierra y se miraron frente a frente.
- ¡Me la has robado! – dijo el uno.
A lo que contestó el otro:
- No pensé robarte nada, hermano, por que creí que era mía. Ella ha de decidir con cuál de los dos debe marcharse.
Ella callaba, con sonrisa nerviosa. Y sucedió lo inevitable; los cuchillos salieron de las vainas y se echaron el uno sobre el otro, en lucha a muerte.
La muchacha dio un grito de espanto y su caballo salió galopando. Los dos hermanos quedaron solos en la llanura; los dos acercaban en los golpes, las heridas eran igualmente mortales. Los dos se desangraban a la par. En un último esfuerzo, ya en el suelo los cuerpos, se tendieron las manos. Querían llevarse en el corazón la paz de la reconciliación y el consuelo de la despedida fraternal.
Los encontraron muertos, enlazadas las manos, sobre dos charcos de sangre. Allí mismo los enterraron, frente a frente. Cada tumba se convirtió en una pequeña laguna, que han ido creciendo, poco a poco, con el tiempo. Son las que hoy existen con el nombre de Lagunas de las Maletas, que están separadas por un brazo de tierra que jamás se cubre de agua, porque es el lugar sagrado en que los brazos de los dos hermanos agonizantes se juntaron.
El caballo, desbocado, llevó a la muchacha hasta la orilla de la laguna grande, donde la tiró al suelo, y prosiguió su marcha loca.
Al recobrar el sentido, se dio cuenta del horrendo crimen que su coquetería había causado. Durante muchos días lloró desesperadamente, dando vueltas alrededor de la laguna, hasta que una noche se lanzó a las aguas oscuras dando un agudo y escalofriante gemido.
Allí está siempre su alma penitente, en la Laguna Asombrada, en donde todos los Viernes Santos, a la misma hora en que ella se arrojó a las sombrías aguas, se oye un profundo gemido y el ruido que hace un cuerpo al caer a la laguna desde la altura.
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