Leyendas indígenas de mi tierra ¡cuánta belleza y cuánta imaginación hay en ellas ... !
Al desprenderse un terraplén de tierra, cerca del yurro cantarina, dejó al descubierto una pared casi vertical, como si ella hubiera sido hecha a propósito por la cuchilla de un aparato mecánico moderno.
Examinada por los vecinos de la ranchería cercana, encontraron que ciertas líneas transversales simulaban el cuerpo de una joven india, acostada con la cara al cielo.
Aquella buena gente de la Sabana de la Concepción, del cantón de Buenos Aires, se quedó "pasmada" de asombro, porque ese tatuaje en la pared del cerro, venía a recordar una vieja y extraña leyenda indígena, casi olvidada, del tiempo de la conquista y la pacificación.
Y diz los vecinos más ancianos, que a su vez lo escucharon de sus progenitores, que fue precisamente en ese mismo sitio, que siempre se llamó la Fuente del Sacrificio, donde un padre indígena sorprendió a su hija con un soldado español de los que acompañaron en su gira, por aquellos lados, a Vázquez de Coronado. Y continúa la leyenda diciendo que aquel padre, enardecido por la ira, de un flechazo mató al arcabucero, al verlo entretenido deleitándose en acariciar los senos de la india, y que, a continuación, para limpiar la impureza, procedió a rebanar a aquellas partes de la belleza aborigen.
Pero la leyenda no concluye ahí, porque notada la ausencia del deseatriado soldado aventurero en la expedición, Vázquez de Coronado ordenó la búsqueda encontrándoselo muerto con una flecha en la espalda.
Hechas las averiguaciones, y convicto de asesinato el indio, que no negó los cargos, fue condenado a morir a garrote "para escarnio de uno y otro".
La joven india, arrepentida y mordida por la pena de sentirse causante de tan gran tragedia, después de esconderse varios días, retornó al sitio y se dejó morir.
Por algunas lunas y muchos soles aquellos graves sucesos fueron el plato de conversación de la indiada, pero los años fueron pasando poniendo su polvito de olvido en la mente de todos y nadie volvió a recordarlos. Es decir, sí se recordaban; allá de cuando en cuando, un abuelito en la tertulia familiar hacía triste reminiscencia de esa historia.
Fuente: Rodríguez G., Rafael. "La fuente del sacrificio". Costa Rica de Ayer y Hoy, Año 8, enero-febrero, 1957, N° 4, p. 4.
07 mayo 2010
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